"(...) Algunas tardes me acercaba hasta cualquier bar, me gustaba ver a la gente relacionarse entre sí. Era algo que avivaba mi imaginación, al fantasear historias que desarrollaban las escenas que estaba contemplando. Además, lo interpretaba como una clase práctica: aprendía de sus errores y aciertos, de cara a un momento hipotético en el que algún suceso imprevisto me obligara a incorporarme a una 'vida normal'. Aunque quizá la mayor característica de la vida es su desarrollo anormal. (...)"
("Obligado a convivir" de Nino Ortea)
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