"El gran secreto no consiste en tener buenos o malos modales o cualquier clase particular de modales, sino en tratar del mismo modo a todas las almas hermanas; en una palabra: hay que portarse como si uno estuviese en el cielo, donde no hay vagones de tercera ni reservados, y en donde un alma es tanto como la otra."
("Pigmalión" de George Bernard Shaw, obra en la que se basa "My fair Lady" de George Cukor)
Si tengo que pensar en quién me transmitió la pasión por el cine, entonces pienso en mi madre. Y si pienso una película que ví junto a ella y me ha marcado, esa es sin dudas "My fair lady".
No recuerdo cuántos años tenía la primera vez que ví esta película, pero puedo asegurar que era una niña. Decir que quedé encantada sería muy reductivo, yo creo que como dije al inicio, es una película que me marcó, así sin más. Con ella comprendí, de una forma tal vez subconsciente, la importancia del lenguaje.
Este profesor Higgins, interpretado por un excelente Rex Harrison, que se nos muestra tan rígido, tan creído de sí mismo, que odia y desprecia todo lo que sea vulgar y se encuentre por debajo de su propia condición; es el que a su vez nos demostrará que con mucho trabajo y constancia se puede lograr no sólo mejorar, sino cambiar totalmente forma y modo. Y obviamente no dejaré de mencionar a la maravillosa y eterna Audrey Hepburn, que interpreta la orgullosa y terca vendedora de flores, Eliza Doolittle, que se convertirá en el objeto del experimento llevado a cabo por el profesor.
Me fascinó la transformación que hace ella, ese cambio que no es sólo en el modo de hablar y comportarse, sino algo aún más profundo. Y como en toda relación, inclusive la que hay entre un profesor y su alumn@, el cambio afecta a ambos; porque él también ve con ojos nuevos todo aquello que lo rodea.
Una película que no me canso de ver y disfrutar. Una película que siento me une a mi madre por miles de detalles, y que hoy en su 68° cumpleaños he querido recordar.